jueves, 8 de enero de 2009

El tsunami que viene

No será económico, sino mediático, y nos golpeará a todos los mexicanos por igual. En 2009, además de sortear los problemas económicos (son complejos, pero estamos muy lejos de las dramáticas situaciones de crisis pasadas, como la de 1995, y el gobierno federal empieza a tomar medidas que parecen sensatas), los mexicanos tendremos que soportar las fanfarronadas, mentiras y otras lindezas mediáticas perpetradas por los partidos políticos que, para promocionarse en este año electoral, nos asestarán en los primeros 6 meses gran parte de los spots de radio y televisión que les autoriza la ley electoral: ¡nomás 25 millones!
Sólo para dimensionar la barbaridad de tiempo que eso representa, si uno calcula a razón de 20 segundos por cada spot (la duración más usual de los anuncios comerciales), estamos hablando de 8,333,333 minutos. Si los anuncios de los partidos se transmitieran de manera consecutiva, sin parar, llegar al final de ese torrente propagandístico tomaría poco más de 138,888 horas, 5,787 días, 193 meses: algo así como 16 años. Imagínense la saturación que eso significa. ¡Carajo, ni siquiera al ser más amado le soportaríamos una verborrea parecida y este año la tendremos que sufrir nomás porque los partidos políticos así lo decidieron!
La cifra es desmesurada y su costo comercial dejaría en la ruina a cualquier empresa del mundo (además de que ninguna necesitaría tanta promoción), pero nuestra clase política no se preocupa por esas pequeñeces: al fin y al cabo, ellos mismos determinan el presupuesto que les corresponde recibir cada año y cuánto se gastarán en propaganda. Por eso, sin que les temblara la mano, en las reformas electorales que emprendieron apenas pasaditas las elecciones de 2006 torcieron las reglas para poder asignarse esa enormidad de tiempo que utilizarán, sobre todo, para torturarnos.
Lo peor de todo es que no será posible desmentirlos y poner en evidencia a través de los mismos medios las trapacerías, exageraciones y manipulaciones con que tratarán de ganar nuestra voluntad, pues ya se sabe que se “blindaron” contra las críticas con el alegato de evitar las “campañas sucias”. Así que los “suspirantes” de todos los pelajes podrán autoelogiarse hasta la náusea sin que nadie los contradiga y aun personajes de tenebrosa reputación o evidente rapiña (abundan en todos los partidos) podrán presentarse como ciudadanos virtuosos (aunque todos sepamos que distan mucho de serlo), dispuestos a salvar a México de las asechanzas de “la derecha”, del populismo de “la izquierda” o bien, presumir que ellos sí supieron cómo hacerlo durante 71 años para acto seguido reclamar su vuelta a las curules o las gubernaturas, según el caso.
Y como el órgano regulador de las campañas, el IFE, quedó castrado en 2007, los ciudadanos no tendremos sino que acostumbrarnos a que el hígado se nos haga paté a fuerza de escuchar las sandeces sin tasa del tsunami de spots que se nos viene encima, aprender cómo poner oídos sordos y ojos ciegos a la propaganda o bien, desarrollar la habilidad de cambiar en automático de estación o de canal apenas escuchemos los primeros milisegundos de autoelogio del aspirante a delegado, diputado o gobernador con cuyos efluvios mediáticos tengamos la mala suerte de cruzarnos.
Y todo porque el IFE quedó sujeto a los caprichos de sus verdaderos patrones —adivinaron, los partidos políticos—, que inclusive tienen la desfachatez de hacerse condonar por ese organismo las multas por probadas violaciones a las leyes electorales o bien, inventar faltas retroactivas para “raspar” a los adversarios, como en el caso de la “propaganda negra” de los empresarios contra Rayito López, acto que no era delito en 2006 pero de todas formas le costó una sanción al PAN.
Claro, siempre se puede internar no prestar atención a los mensajes de los partidos, lo que tiene una leve, tal vez relativa desventaja: casi siempre los gobiernos (inclusive el más malo) pueden presumir de algunos logros legítimos (aunque sean muy escasos), pero su difusión en medio del torrente de propaganda engañosa los desvirtuará y hará parecer parte de la melcochosa e insufrible campaña que se nos avecina para convencernos de votar por uno u otro candidato.
Si uno lo piensa bien, llegamos a esta pavorosa situación porque los ciudadanos fuimos víctimas de una estafa cometida en nombre de nuestro bienestar: luego de que a los mexicanos invertimos largo tiempo, un esfuerzo sostenido y muchos miles de millones de pesos para construir un sistema electoral confiable, a prueba de los tradicionales fraudes que los “mapaches” y “alquimistas” del PRI perpetraron durante de tantos años, los partidos emprendieron una especie de pirueta legal para desmontar los controles que la sociedad había exigido y logrado imponer.
Así, en un acto ilusionismo legal que imaginaron de alta escuela aunque fue de factura muy burda, nuestros diputados y senadores trataron de vendernos la especie de que el nuevo código electoral es un tónico para la democracia cuando en realidad sólo se acomodaron las leyes a modo para volver a la impunidad de antaño, cuando el PRI decía lo que le venía en gana sin que nadie pudiera pedirle cuentas. Sólo que esta vez la impunidad no será monopolizada por el PRI, sino que los candidatos del PAN y el PRD también ejercerán su cuota.
Y claro, los de los partidos rémora (PVEM, PSD, PT, PANAL y Convergencia) no se quedarán atrás: cada uno intentará, en la medida de su ingenio, aprovechar la tajada mediática que les toca para exhibirse como nuevos Mesías llegados de quién sabe dónde para salvarnos de las situaciones que ellos mismos han creado. Todos ellos se pasarán por el forro los valores que dicen defender: el amor a México, la honestidad, la rectitud y otras más que sólo conocen de oídas, porque si alguna vez se toparon con ellas ya se les olvidó.
Y no sólo están los spots, sino las marrullerías de políticos como el Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, que para evadir los candados que los partidos de oposición trataron de imponer a la promoción de los gobernantes en funciones decidió convertirse en cocinero de galletitas en un programa de revisa matutino. O bien el gobernador de Guanajuato, Juan Manuel Olivo, cuyo descaro para tornar en actos de promoción partidista los eventos públicos donde se presentan los logros de los programas sociales (hasta el piso de las canchas de basquetbol pinta con los colores de su partido, azul, blanco y naranja) ha llegado a tal grado que inclusive el secretario de Desarrollo Social, Ernesto Cordero, lo reprobó en público. O el inefable gobernador mexiquense Enrique Peña Nieto, quien se da maña para salir en televisión un día sí y otro también, con aires de figurín de telenovela y a veces en episodios supuestamente espontáneos pero tan armados que dan risa, como el que protagonizó en la pasada final de futbol —cuando el Toluca venció al Cruz Azul—, cuando al salir del estadio tuvo un encuentro con cientos de seguidores suyos que “casualmente” pasaban por ahí y con quienes accedió a tomarse la foto que, claro, se publicó en todos lados y le sirvió para pavonearse como si él mismo hubiera metido los goles.
Y tanto bombo político se irá incrementando conforme se acerque el 5 de julio, cuando deberemos plantarnos ante la urna para elegir a nuestro delegado, a nuestro diputado o a nuestro gobernador. Para entonces, lo más probable es que el tsunami de propaganda sólo haya servido para que votemos con una cosa en mente: que se acaben de una buena vez las campañas y podamos respirar tranquilos de nuevo, libres de spots nauseabundos. Aunque sea por unas horas, porque seguro a los políticos les quedará una reservita de tiempo que no dudarán en utilizar para asestarnos el resto del año los anuncios de sus virtudes. Como si de veras nos los creyéramos.

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